Nathan Weber
La primera vez que fui a Bosnia fue con @cerodeinteres en el
2007. Veníamos de pasar seis meses de júbilo (erasmus) en Portgual y no nos
apetecía nada endosarnos una pulsera y beber mojitos en la Riviera Maya con una
gente que no eran nuestros amigos. Decidimos ir a Bosnia, algo que nos parecía más lógico para culminar nuestro paso por la facultad de
Periodismo.
A Bosnia uno puede ir tranquilamente y explorar por donde le
plazca y preguntar a la gente las dudas que le vayan surgiendo, pero entonces
no lo sabíamos, así que nos apuntamos a un “Workshops de fotoperiodismo” de
pacotilla que nos garantizaba transporte, comida, “contactos” y “tutelaje”.
Zarpamos en un grupo de tres furgonetas que a las 30 horas de viaje se establecieron como tres familias (uno
sabe que es familia cuando comparte comida y habla si ha hecho o no ha hecho
caca). Cruzar la frontera de
Welcome to Bosnia Herzegobina ya fue bastante shock. Los únicos restos de
balazos en asfalto y casas que habíamos visto eran los de las reliquias de la
guerra civil española. Aquello estaba mucho más reciente y se sentía más real. Aquel momento ya nos descubrió a cada uno como el fotógrafo que era. El que primero observa y luego
dispara, o el que primero dispara y luego, con suerte, reflexiona. No recuerdo que
hubiera el tipo de fotógrafo que decide no hacer la foto.
Sí recuerdo el momento en que Lurdes R. Basolí,
una fotografa a la que admiro mucho, me explico aquella foto que había decidido
no disparar en Venezuela. Esa decisión vino luego de un profundo conocimiento de la realidad
que estaba documentando en los barrios más pobres de Caracas y una intachable ética profesional, adquirida educando la mirada con los años.
Esto me remite a la gran cuestión que intenta responder @cerodeinteres en su tesis doctoral: Un texto periodístico se supone sujeto a una deontología concreta. ¿Dónde nos amparamos cuando iniciamos una reflexión sobre ética de la imagen? ¿Qué ética estamos exigiendo a los fotoperiodistas?
Esto me remite a la gran cuestión que intenta responder @cerodeinteres en su tesis doctoral: Un texto periodístico se supone sujeto a una deontología concreta. ¿Dónde nos amparamos cuando iniciamos una reflexión sobre ética de la imagen? ¿Qué ética estamos exigiendo a los fotoperiodistas?
Cada vez que veo la foto de Nathan Weber (y la he visto ya muchísimas
veces compartida por varios amigos de Facebook desde 2011 ) no puedo dejar de pensar en esa vez que nuestras tres furgonetas
(aproximadamente 30 cámaras)
llegaron a Srebrenica en 2007. Todos fotografiando aquel campo de tumbas
sintiendo que era lo más cerca que habíamos estado de la guerra. Fue un
espectáculo grotesco, por el número de personas que éramos, y por la actitud de
algunos de los que nos acompañaban. Por si no están muy puestos en los ritos
fúnebres que se realizan en Srebrenica, sólo voy a decirles que cada once de
julio decenas de familias viajan de todo el país para enterrar a sus familiares
muertos durante la masacre del 95. Los familiares que finalmente han podido ser
identificados. Eso nos deja con tumbas viejas que ya reposan tranquilas, y
tumbas frescas con la tierra aún por asentar. Las primeras son de mármol, las segundas de madera. Mucho por
fotografiar.
Uno de nosotros (no recuerdo el nombre, sino estaría encantada de buscar el Google qué ha sido de él) pisó una de las tumbas frescas para obtener una buena foto, bien a ras de suelo, para obtener una buena perspectiva. Un bonito golpe de efecto para compensar la cantidad de cámaras que había alimentándose de la misma escena.
Uno de nosotros (no recuerdo el nombre, sino estaría encantada de buscar el Google qué ha sido de él) pisó una de las tumbas frescas para obtener una buena foto, bien a ras de suelo, para obtener una buena perspectiva. Un bonito golpe de efecto para compensar la cantidad de cámaras que había alimentándose de la misma escena.
Si la imagen de Paul Hansen es una representación de la miseria,
la de Nathan Weber forma parte de lo miserable.
Paul Hansen
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